Leyendas y algo más..

Cecilia Colón H.

¿Te acuerdas del primer libro que leíste en tu vida?

Yo sí, el libro se llama Las calles de México y fue escrito por Luis González Obregón (1865-1938), todavía lo tengo y no sabes cómo disfruté su lectura. El autor nos regala un viaje al México Colonial a través de las leyendas y las costumbres de aquellos siglos, te lleva de la mano por un México que ya no regresará más que en nuestra imaginación. En ese tiempo yo tenía 8 años y ese libro llenó mi cabeza de fantasmas, aparecidos, ánimas en pena, ángeles, demonios, calles oscuras y un sinfín de imágenes que marcaron de manera definitiva mi gusto y mi amor por los libros y por la lectura. Imagínate qué impacto causó en mí que González Obregón se convirtió en mi amorcito clandestino e hice mi tesis de licenciatura sobre ese libro y ese autor, pero, sobre todo, de las leyendas, que es un género que rescata estas historias antiguas en donde el delgado hilo que divide la muerte de la vida puede romperse en cualquier momento. El tema es fascinante y me convertí en una asidua lectora de leyendas.

¿Sabías que la palabra leyenda viene del latín legenda que significa “cosas para leer”? De allí que tal vez hayas escuchado que alguien dice: “Lee con cuidado la leyenda que viene en la cajita de la medicina porque…” Y tiene razón, pues la leyenda es todo lo que se puede leer, sin embargo, al paso de los siglos cambió su significado para convertirse en un relato que recoge historias pasadas y que, si bien es cierto que lo sobrenatural es parte de su esencia, no todo lo que ocurre en una leyenda tiene que ver con esto. 

Hay un detalle que es importante cuando hablamos de leyendas, aunque ahora está considerado un género literario, en un inicio no fue así. Hace muchísimos años, siglos atrás realmente, las leyendas se pasaban de generación en generación a través de la oralidad, es decir, los abuelos contaban estas historias añejas a sus hijos y ellos, a su vez, se las transmitían a sus hijos y así sucesivamente, de tal manera que las historias no se perdían y recuperaban su frescura cada vez que alguien las platicaba. Sin embargo, en el siglo XIX, muchos escritores en Europa y América, gracias al Romanticismo, empezaron a escribir estas leyendas en un afán de rescatar un pasado para evitar su olvido y recuperar una identidad a través de ellas. Ahora tenemos que agradecerles esto, pues desgraciadamente, cada vez menos gente conoce estas historias y, en muchas ocasiones, la vorágine de la vida no nos permite tener una larga charla de sobremesa que nos permita disfrutar de estos relatos contados por los abuelos al calor de una taza de chocolate o de café, durante una noche tranquila.

Es probable que en la primaria te hayan platicado la historia del “Pípila” o la del “Niño Artillero”, ejemplos de personajes llenos de arrojo, coraje y amor por su patria que, durante la Guerra de Independencia, lograron fomentar un ánimo nacionalista y patriótico, indispensable para ganar la lucha contra la Corona Española. Estas leyendas históricas no tienen referencias sobrenaturales, pero poseen un encanto que nos sigue gustando y, por eso, las seguimos leyendo y escuchando cuando alguien las platica.

El libro de González Obregón, que es uno de mis preferidos, rescata y reconstruye a través de la narración las leyendas que sí tienen que ver con hechos sobrenaturales o fantásticos, situaciones en donde las ánimas en pena o los aparecidos están muy presentes y que, por lo mismo, nos llenan la cabeza de imaginación, de cierto temor, de un hormigueo que recorre todo nuestro cuerpo, pero no dejamos de leerlas, aunque en las noches al recordarlas las cobijas se conviertan en nuestro escudo protector… ¿de qué? De un fantasma, por supuesto.

Te voy a platicar sobre una de leyenda que se llama “La calle de don Juan Manuel”, ubicada en el siglo XVII; ésta ha tenido más de un intérprete, sí, como sucede con las canciones, tenemos la versión de mi amorcito, la del Conde de la Cortina, la de Manuel Payno, la de Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza, la de Julio Sesto y la de don Artemio de Valle-Arizpe. Todas interesantes, pero platicadas de manera diferente, en los siguientes meses del año te habré de platicar de estos escritores para que los conozcas y de las leyendas que escribieron durante el siglo XIX y la primera mitad del XX.

Pues bien, ¿qué tiene de diferente la versión de Luis González Obregón que no tengan las demás? Don Luis era un hombre que, si bien gustaba de escribir, también le encantaba la historia y trataba siempre de ser muy puntual en lo que citaba, siempre ponía las fuentes originales de donde había sacado los datos de lo que hablaba y ya te imaginarás que eran libros del siglo XIX o anteriores. Con estos antecedentes, la versión que escribe sobre esta leyenda la divide en dos partes: en la primera habla de la vida de don Juan Manuel de Solórzano, privado del Virrey. Aunque muchos no lo sepan, fue un personaje de carne y hueso, muy cercano al poder en los niveles altos y que acabó siendo encarcelado y asesinado. La segunda parte es la leyenda y aquí se dan cita todos los personajes que resultan bastante interesantes como el diablo, los aparecidos y los ángeles. 

Uno de los momentos más importantes de la leyenda es que don Juan Manuel sospecha que su esposa le es infiel. Logra comunicarse con el Diablo (antes acudía más rápido a las llamadas) y este personaje demoníaco le dice que en la noche pregunte la hora al primero que pase frente a su casa y que ese hombre será el infeliz con quien su esposa lo engaña. Ni tardo ni perezoso, don Juan Manuel obedeció y salió esa misma noche de su casa, perfectamente embozado y al primero que pasó le preguntó lo siguiente:

— Perdone, usarsé, ¿sabe usted la hora que es?

— Las once, caballero.

— Dichoso usarsé que sabe la hora en que muere.

Acto seguido, le clavaba el puñal que traía preparado y el pobre hombre caía muerto a sus pies. Esa misma noche, nuevamente convocó al Diablo y éste le dijo: “Te equivocaste, no era el infiel”. Ya te imaginarás la cara que puso don Juan Manuel al darse cuenta de que había matado por error a un hombre. Como consuelo, Lucifer le dijo: “Cuando mates al infiel, yo me apareceré junto a él y sabrás que tu venganza se ha consumado”. Se oye fácil, pero don Juan Manuel mató a muchos hasta que su último muerto fue su propio sobrino, el que había llegado meses antes a su casa para ayudarle a administrar sus bienes, y entonces se dio cuenta de que había caído en el engaño de Satanás, quien se quedaría con su alma y con las de muchos otros más. ¡Terrible situación!

Lleno de remordimiento, don Juan Manuel fue a confesarse y el sacerdote le impuso como penitencia que durante tres noches seguidas rezara un rosario al pie de la horca. ¿Sabes dónde estaba ese lugar? En el centro de la Plaza Mayor mejor conocida ahora como Zócalo, justo donde se iza nuestra bandera todas las mañanas. Allí estaba la horca y hasta ese lugar acudió en las noches don Juan Manuel para pagar la penitencia de su pecado. Sin embargo, no te creas que fue tan fácil rezar ese rosario. La primera noche escuchó a un grupo de personas que caminaba y pedía un Avemaría y un Padrenuestro por la salvación del alma de don Juan Manuel. Él se asustó muchísimo porque cuando buscó el origen de esas voces resulta que no había nadie, estaba solo en medio de la pesada y negra oscuridad de la noche. En ese siglo XVII, había una Cofradía o Hermandad llamada del Rosario de Ánimas, formada por un grupo de personas que salían por las noches pidiendo oraciones por el eterno descanso de los difuntos importantes del día, era la costumbre. Cuando la gente los escuchaba, se santiguaba y rezaba lo que se pedía. Los miembros de esta Hermandad eran los únicos que andaban por esas calles oscuras, por eso iban en grupo, para cuidarse y, como todos lo sabían, nadie interrumpía su camino. Había costumbres y tradiciones que todos los pobladores de aquellos lejanos siglos respetaban mucho.

Por la tarde, don Juan Manuel fue a ver al sacerdote para contarle lo que había pasado y el cura le dijo que no cayera en las tentaciones del demonio que quería disuadirlo para que no cumpliera con la penitencia que salvaría su alma del fuego eterno. Así que, esa misma noche, nuevamente fue don Juan Manuel para rezar el segundo rosario con un miedo atroz, pero dispuesto a cumplir su promesa. Estaba en esto cuando vio a una procesión que se acercaba a él con un ataúd que algunos iban cargando, en medio de algunas antorchas para alumbrar su camino. Cuando los tuvo muy cerca, don Juan Manuel se acercó para ver al difunto y vio que quien ocupaba ese ataúd era él mismo; lanzó un alarido que estremeció a toda la noche y la llenó de terror, así que se fue corriendo a su casa.

Al día siguiente, nuevamente acudió con el sacerdote y entre lágrimas le dijo lo que había pasado y le suplicó que le diera la absolución, pues estaba seguro de que esa misma noche, cuando estuviera rezando el tercer rosario algo muy grave le pasaría. Tanto le pidió al cura y de manera tan lastimera que no pudo negarse a darle la absolución con la condición de que terminara la penitencia.

Dejo el final al propio Luis González Obregón para que te lo cuente con sus propias palabras: “¿Qué pasó allí? Nadie lo sabe, y sólo agrega la tradición que al amanecer se encontraba colgado de la horca pública un cadáver, era del muy rico señor don Juan Manuel de Solórzano, privado que había sido del Marqués de Cadereita. El pueblo dijo desde entonces que a don Juan Manuel lo habían colgado los ángeles, y la tradición lo repite y lo seguirá repitiendo por los siglos de los siglos. Amén.”

¿Te das cuenta del encanto que tienen estos textos llenos de imaginación? Para que sepas el lugar donde vivía este hombre, te diré que originalmente se llamaba Calle Nueva, después cambió por Calle de don Juan Manuel y, actualmente, lleva el nombre de República de Uruguay, en pleno Centro de la Ciudad de México. La casa de él ya no existe, pero te invito a caminar esa calle de preferencia en la noche, pues en el día los fantasmas no pueden circular por ella por la demasiada gente que la transita y el ruido que atosiga, pero en la noche todo cambia, además, con un poco de suerte, tal vez te encuentres a un embozado que te pregunte la hora, no te detengas a responder, pues puede ser tu hora final.